martes, 23 de septiembre de 2008

En algún momento de junio


Dentro de la oficina los cuadros gigantes sobre las paredes de cristal nos protegen de las miradas de gerencia, pero de todos modos nos dejan ver el cuerpo decidido que marcha con violencia hacia nosotros. La puerta se abre y la cabeza del Ingeniero se asoma rígida con una frase: a partir de hoy el horario de salida es a las siete y media de la tarde. Cuando la puerta se cierra, el equipo de redacción y yo quedamos en silencio, ellos sentados, yo de pie.

Pronto, mi mano aprieta con fuerza su brazo siempre desprotegido por la manga corta de su camisa a cuadros: Ingeniero. ¿Sabe qué le diría una prostituta si usted quiere media hora más, sin pagarle...? Lo acerco a mí con firmeza, ¿sabe qué le diría? Y esta gente es peor que las putas, Ingeniero, digo, por eso no los respeto… pero yo no soy así… D í g a m e u n a c o s a, ¿usted me quiere media hora más por nada?

Frente a frente, mi aliento en su cara y la vista clavada en sus ojos. El ingeniero helado, de su frente mojada de transpiración una gota se desprende hasta una de sus cejas blancas. Me diría que desde luego que no, que yo no debía trabajar de esa forma, que a mí sí me pagaría… Claro que si le dijera eso…

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